miércoles, 10 de noviembre de 2010

Literatura infantil: arte y creación

Por: Rafael Peralta Romero
Este artículo fue tomado de la revista TEXTOS, órgano de la Universidad Pedro Henríquez Ureña, edición Septiembre-Diciembre 2010 .-

Algunos estudiosos de la literatura infantil justifican emplear este recurso para inculcar en los niños y jóvenes el buen gusto, el sentido de la nobleza y de la justicia, la conciencia del deber ante el pueblo y el amor al trabajo.

Alga Marina Elizagaray, especialista cubana en literatura infantil, en su importante libro Niños, Autores y Libros, al pronunciarse decididamente contra el moralismo y el pedagogicismo, justifica la posibilidad de que la literatura infantil se ocupe de ese rol, pero lo condiciona a que la misma sea «verdadero arte y hable con el lenguaje de las imágenes y los sentimientos».

De modo que al hablar de educación en valores, ejes transversales, metas curriculares no se piensa en la literatura infantil, o sí puede pensarse en ella, pero sabiendo que esta es un acto de recreación estética, que lo primero para ella es conseguir que el niño encuentre en las palabras un instrumento de juego.

Esto de que el niño encuentre placer en la lectura, que la disfrute como un juguete, es una concepción ampliamente difundida y aceptada. Al respecto me permito traer una cita muy certera del especialista español Daniel Cassany:

«La lectura por placer significa, en primer lugar, buscar textos que interesen a los alumnos y que hablen de sus problemas.

Significa fomentar la literatura infantil y juvenil. Significa también no obligar a los niños a leer este libro o el otro, sino dejar que ellos elijan. Y permitir, que si no les gusta, lo dejen y vayan a otro libro. Es decir, actuar de la misma forma en la que actuamos los adultos».

Lo dicho por Cassany, que no es literato, sino educador, es parte de un reclamo universal en el sentido de que las obras literarias se oferten a los niños como parte del recreo, del momento ameno. La lectura debe constituir para los niños un ejercicio de libertad y disfrute.

El estado natural del niño es la libertad, no tiene por qué padecer un minuto de opresión. El juego es una auténtica expresión de esa libertad, la lectura debería complementarla. Cuando padres y maestros olvidan que la principal ocupación de un niño es el juego las cosas andan mal y por ahí entran las restricciones y prohibiciones, que a menudo dejan en el niño una secuela fatal.

Nada menos que Sigmund Freud, a principios del siglo XX, se refería a este asunto señalando que: “Cuando el niño aprende el vocabulario de su lengua materna, se complace en experimentar con ese patrimonio de una manera lúdica.

Acopla las palabras sin preocuparse por su sentido, para gozar del placer del ritmo y de la rima”.

Aserrín, aserrán
Los maderos de San Juan
Comen queso, comen pan.
Los de Juan comen pan.
Los de Pedro majan hierro,
Los de Enrique, alfeñique.
Y los otros triqui, triqui.

Esta cancioncilla da la razón al sabio austríaco. ¿Qué es lo que predomina en ella? La igualdad de sonidos, pues si la vemos desde el punto de vista del contenido, poco encontraremos en ella… y de moraleja, nada. La intención ideológica varía de acuerdo a muy diferentes circunstancias.

En muchos casos, la obra infantil está impregnada de intención moralizante porque el autor lo ha querido así, eso es lo que él o ella ha sentido, sin que nadie se lo haya exigido. Ahora, una verdad incuestionable está en el medio de esto: la creación literaria resultará disminuida si se le somete a un plan estratégico para divulgar determinada ideología.

Me luce que en los mediadores entre el niño y el libro hay mucho miedo a presentar un texto sólo como instrumento para jugar. Todos entendemos, al parecer, que si el libro no educa o no ayuda al niño a ser mejor, el libro no tiene razón de ser. De ahí tal vez el miedo que se aprecia entre maestros y editores para motivar a los otros grandes mediadores, padres y madres, al momento de ofrecerle un libro destinado a los menores.

El requisito indispensable para la buena literatura infantil es la fantasía, el poder de acompañar a los niños en su ocupación por excelencia, que es el juego. La imaginación es parte integral del ser humano equilibrado... «nada puede el hombre sin la imaginación», ha dicho Aristóteles.

El pedagogicismo en la literatura infantil ha sido definido, con toda lógica, como una patología de la educación, y conduce a ¿o se origina? en un manejo torpe de la pedagogía. Debemos suponer que quienes insisten en esto ignoran que con ello echan a perder la posibilidad de sacar utilidades del libro para lograr los objetivos de la educación. Jamás el didactismo debe figurar como ingrediente clave en la creación literaria para niños.

Gianni Rodari, autor de obras para niños y del excelente libro Gramática de la fantasía, defiende hasta lo último el derecho del niño a disfrutar de los libros.
Veamos sus palabras:

«La literatura infantil, en sus inicios sierva de la pedagogía y de la didáctica, se dirigía al niño escolar que es un niño artificial, de uniforme, mensurable, según criterios meramente escolares basados en el rendimiento, en la conducta,en la capacidad de adecuarse al modelo escolar …El niño que juega se defiende como puede de esa literatura edificante. Se encarama al estante del adulto y le roba las obras maestras de la imaginación…»

Que la literatura infantil se estudie en maestrías, licenciaturas y diplomados, que sea parte de los estudios pedagógicos, nos ha de parecer bien a todos, a fin de cuentas los maestros resultan mediadores de primera importancia entre la literatura infantil y su público, que son los niños y jóvenes. Ponderar, promover, recomendar, justificar el libro infantil siempre será válido.

El maestro hace muy bien con ayudar a que niños y jóvenes amen y disfruten la literatura, y eso se logra presentándola como un escape más que como una tarea. No sé dónde aprendí una magnífica sentencia de Jorge Luis Borges sobre este asunto: «No se puede hablar de lectura obligatoria, sería como hablar de felicidad obligatoria».

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